Dicen que soy curioso por naturaleza, y que siempre me encontrarán allí donde se cuece algo.
De pequeño, en lugar de alargar los ratos de juego con mis hermanos, me gustaba deslizarme entre las conversaciones de los mayores y observar sus gestos aún sabiendo que, a veces, mi presencia resultaba un tanto incómoda.
De aquella época guardo imágenes que el paso de los años no han podido borrar y que vivo como si fueran recientes.
La guerra era recién terminada. Mi padre estaba en la cárcel cuando mi madre cayó enferma. Un mal feo, dijeron. La pobre mujer no estaba preparada para morir y sacaba fuerzas de donde podía para llevar la casa y cuidar de sus cinco hijos.
Nadie excepto yo sabe lo que sufrió, porque la vigilaba muy de cerca. Oía los gemidos sordos que su mirada se esforzaba en ocultar, y veía las lágrimas que sus manos secaban antes de que brotaran ...
De vez en cuando venía don Feliciano, el médico, y nuestros tíos nos mandaban fuera a jugar, pero yo volvía tras mis pasos y, oculto tras la puerta, observaba las llagas que mi madre tenía en el pecho, aquellas llagas que ningún remedio curaba y que a medida que pasaban los días presentaban peor aspecto.
Mi madre había venido al mundo a trabajar y a sufrir, pero nunca deploró su suerte. Y cuando las fuerzas abandonaron aquel cuerpo, yo derramé todas las lágrimas que había ido contando en silencio y que sus párpados se habían esforzado en retener.
Mi madre era demasiado joven para morir y nosotros demasiado pequeños para quedarnos sin ella.
De pequeño, en lugar de alargar los ratos de juego con mis hermanos, me gustaba deslizarme entre las conversaciones de los mayores y observar sus gestos aún sabiendo que, a veces, mi presencia resultaba un tanto incómoda.
De aquella época guardo imágenes que el paso de los años no han podido borrar y que vivo como si fueran recientes.
La guerra era recién terminada. Mi padre estaba en la cárcel cuando mi madre cayó enferma. Un mal feo, dijeron. La pobre mujer no estaba preparada para morir y sacaba fuerzas de donde podía para llevar la casa y cuidar de sus cinco hijos.
Nadie excepto yo sabe lo que sufrió, porque la vigilaba muy de cerca. Oía los gemidos sordos que su mirada se esforzaba en ocultar, y veía las lágrimas que sus manos secaban antes de que brotaran ...
De vez en cuando venía don Feliciano, el médico, y nuestros tíos nos mandaban fuera a jugar, pero yo volvía tras mis pasos y, oculto tras la puerta, observaba las llagas que mi madre tenía en el pecho, aquellas llagas que ningún remedio curaba y que a medida que pasaban los días presentaban peor aspecto.
Mi madre había venido al mundo a trabajar y a sufrir, pero nunca deploró su suerte. Y cuando las fuerzas abandonaron aquel cuerpo, yo derramé todas las lágrimas que había ido contando en silencio y que sus párpados se habían esforzado en retener.
Mi madre era demasiado joven para morir y nosotros demasiado pequeños para quedarnos sin ella.
Estas Tartaletas de fresa del día de la madre son en realidad unas bases de merengue rellenas de fresas y nata. Las bases podemos hacerlas con días de antelación y guardarlas en una caja hermética. Para que no se humedezcan, no las rellenaremos hasta poco antes de servirlas.
Para conseguir un azúcar con sabor a vainilla, hay que tener durante unos días una vaina de vainilla ya usada dentro de un frasco de cristal -bien tapado- lleno de azúcar glas.
Para hacer las bases usaremos merengue francés que, como ya os contamos cuando preparamos las Canastillas de merengue, se hace así:
Primero dibujamos círculos de 10 cm de diámetro en un papel de horno, y ponemos una olla con agua al fuego para que se caliente ligeramente. Mientras tanto, tamizamos el azúcar, y en un cazo montamos las claras con una pizca de sal hasta que casi estén a punto de nieve.
Añadimos entonces cucharadas de azúcar mientras vamos batiendo. Una vez lo habremos incorporado todo, ponemos el cazo dentro de la olla, vigilando que el agua no toque la base del cazo. Y batimos el merengue hasta que esté bien espeso. Con batidora eléctrica tardaremos unos 8 o 9 minutos. Notaremos que ya está hecho cuando veamos que forma picos.
Entonces pasamos rápidamente el merengue a una manga pastelera. Encendemos el horno y lo ponemos a 100º. Llenamos con el merengue las circunferencias dibujadas, y luego hacemos un círculo alrededor.
Horneamos las tartaletas durante 2 horas. Deben quedar blancas, pero secas. Las despegamos del papel y las dejamos enfriar completamente.
Para conseguir un azúcar con sabor a vainilla, hay que tener durante unos días una vaina de vainilla ya usada dentro de un frasco de cristal -bien tapado- lleno de azúcar glas.
Para hacer las bases usaremos merengue francés que, como ya os contamos cuando preparamos las Canastillas de merengue, se hace así:
Primero dibujamos círculos de 10 cm de diámetro en un papel de horno, y ponemos una olla con agua al fuego para que se caliente ligeramente. Mientras tanto, tamizamos el azúcar, y en un cazo montamos las claras con una pizca de sal hasta que casi estén a punto de nieve.
Añadimos entonces cucharadas de azúcar mientras vamos batiendo. Una vez lo habremos incorporado todo, ponemos el cazo dentro de la olla, vigilando que el agua no toque la base del cazo. Y batimos el merengue hasta que esté bien espeso. Con batidora eléctrica tardaremos unos 8 o 9 minutos. Notaremos que ya está hecho cuando veamos que forma picos.
Entonces pasamos rápidamente el merengue a una manga pastelera. Encendemos el horno y lo ponemos a 100º. Llenamos con el merengue las circunferencias dibujadas, y luego hacemos un círculo alrededor.
Horneamos las tartaletas durante 2 horas. Deben quedar blancas, pero secas. Las despegamos del papel y las dejamos enfriar completamente.
En el momento que las queramos rellenar, montamos la nata, añadiendo una cucharada de azúcar casi al final.
Lavamos y cortamos en trocitos pequeños las fresas. Las mezclamos con la mitad de la nata y rellenamos las tartaletas.
Ponemos la nata restante dentro de una manga pastisssera y dibujamos rosetas de nata alrededor de la tartaleta. Finalmente decoramos con una bola de mango que habremos hecho ayudándonos con una cuchara parisina.
Ingredientes (para 9 tartaletas):
Para las bases:
4 claras de huevo de agricultura ecológica
1 pizca de sal
250 g azúcar glas con sabor a vainilla
Para el relleno:
1/2 l nata 35% m.g.
1 cucharada de azúcar
400 g fresas de agricultura ecológica
1 mango
Lavamos y cortamos en trocitos pequeños las fresas. Las mezclamos con la mitad de la nata y rellenamos las tartaletas.
Ponemos la nata restante dentro de una manga pastisssera y dibujamos rosetas de nata alrededor de la tartaleta. Finalmente decoramos con una bola de mango que habremos hecho ayudándonos con una cuchara parisina.
Ingredientes (para 9 tartaletas):
Para las bases:
4 claras de huevo de agricultura ecológica
1 pizca de sal
250 g azúcar glas con sabor a vainilla
Para el relleno:
1/2 l nata 35% m.g.
1 cucharada de azúcar
400 g fresas de agricultura ecológica
1 mango
Las fresas utilizadas para hacer estas Tartaletas de fresa del día de la madre han crecido en el pequeño huerto de casa, bajo la atenta vigilancia de mis ojos y mis manos, que las han tratado con todo el amor posible. Los rayos de sol les han proporcionado el punto de maduración necesario para deleite de la vista y el paladar.
Ningún otro fruto habría sido sido más adecuado para un postre dedicado a mi madre. Y para acompañar estas tartaletas, hoy os recomiendo un libro que habla de una madre, la del autor. Frank McCourt, Las cenizas de Ángela. Ediciones Maeva. Madrid, 1997.
Ningún otro fruto habría sido sido más adecuado para un postre dedicado a mi madre. Y para acompañar estas tartaletas, hoy os recomiendo un libro que habla de una madre, la del autor. Frank McCourt, Las cenizas de Ángela. Ediciones Maeva. Madrid, 1997.