Tartaletas de fresa del Día de la Madre




Dicen que soy curioso por naturaleza, y que siempre me encontrarán allí donde se cuece algo.

De pequeño, en lugar de alargar los ratos de juego con mis hermanos, me gustaba deslizarme entre las conversaciones de los mayores y observar sus gestos aún sabiendo que, a veces, mi presencia resultaba un tanto incómoda.

De aquella época guardo imágenes que el paso de los años no han podido borrar y que vivo como si fueran recientes.

La guerra era recién terminada. Mi padre estaba en la cárcel cuando mi madre cayó enferma. Un mal feo, dijeron. La pobre mujer no estaba preparada para morir y sacaba fuerzas de donde podía para llevar la casa y cuidar de sus cinco hijos.

Nadie excepto yo sabe lo que sufrió, porque la vigilaba muy de cerca. Oía los gemidos sordos que su mirada se esforzaba en ocultar, y veía las lágrimas que sus manos secaban antes de que brotaran ...

De vez en cuando venía don Feliciano, el médico, y nuestros tíos nos mandaban fuera a jugar, pero yo volvía tras  mis pasos  y, oculto tras la puerta, observaba las llagas que mi madre tenía en el pecho, aquellas llagas que ningún remedio curaba y que a medida que pasaban los días presentaban peor aspecto.

Mi madre había venido al mundo a trabajar y a sufrir, pero nunca deploró su suerte. Y cuando las fuerzas abandonaron aquel cuerpo, yo derramé todas las lágrimas que había ido contando en silencio y que sus párpados se habían esforzado en retener.

Mi madre era demasiado joven para morir y nosotros demasiado pequeños para quedarnos sin ella.

   


Estas Tartaletas de fresa del día de la madre son en realidad unas bases de merengue rellenas de fresas y nata. Las bases podemos hacerlas con días de antelación y guardarlas en una caja hermética. Para que no se humedezcan, no las rellenaremos hasta poco antes de servirlas.

Para conseguir un azúcar con sabor a vainilla, hay que tener durante unos días una vaina de vainilla ya usada dentro de un frasco de cristal -bien tapado- lleno de azúcar glas.

Para hacer las bases usaremos merengue francés que, como ya os contamos cuando preparamos las Canastillas  de merengue, se hace así:

Primero  dibujamos círculos de 10 cm de diámetro en un papel de horno, y ponemos una olla con agua al fuego para que se caliente ligeramente. Mientras tanto, tamizamos el azúcar, y en un cazo montamos las claras con una pizca de sal hasta que casi estén a punto de nieve.

Añadimos entonces cucharadas de azúcar mientras vamos batiendo. Una vez lo habremos incorporado todo, ponemos el cazo dentro de la olla, vigilando que el agua no toque la base del cazo. Y batimos el merengue hasta que esté bien espeso. Con batidora eléctrica tardaremos unos 8 o 9 minutos. Notaremos que ya está hecho cuando veamos que forma picos.

Entonces pasamos rápidamente el merengue a una manga pastelera. Encendemos el horno y lo ponemos a 100º. Llenamos con el merengue las circunferencias dibujadas, y luego hacemos un círculo alrededor.

Horneamos las tartaletas durante 2 horas. Deben quedar blancas, pero secas. Las despegamos del papel y las dejamos enfriar completamente.




En el momento que las queramos rellenar, montamos la nata, añadiendo una cucharada de azúcar casi al final.

Lavamos y cortamos en trocitos pequeños las fresas. Las mezclamos con la mitad de la nata y rellenamos las tartaletas.

Ponemos la nata restante dentro de una manga pastisssera y dibujamos rosetas de nata alrededor de la tartaleta. Finalmente decoramos con una bola de mango que habremos hecho ayudándonos con una cuchara parisina.




Ingredientes (para 9 tartaletas):

Para las bases:
4 claras de huevo de agricultura ecológica
1 pizca de sal
250 g azúcar glas con sabor a vainilla

Para el relleno:
1/2 l nata 35% m.g.
1 cucharada de azúcar
400 g fresas de agricultura ecológica
1 mango




Las fresas utilizadas para hacer estas Tartaletas de fresa del día de la madre han crecido en el pequeño huerto de casa, bajo la atenta vigilancia de mis ojos y mis manos, que las han tratado con todo el amor posible. Los rayos de sol les han proporcionado el punto de maduración necesario para deleite de la vista y el paladar.

Ningún otro fruto habría sido sido más adecuado para un postre dedicado a mi madre. Y para acompañar estas tartaletas, hoy os recomiendo un libro que habla de una madre, la del autor. Frank McCourt, Las cenizas de Ángela. Ediciones Maeva. Madrid, 1997.

Tarta Montserrat de mousse de limón




Fray Joan Garí vio alterada su vida contemplativa de silencio y oración en la hermosa montaña de Montserrat, cuando el conde Wifredo el Velloso se presentó en la cueva con su hija Riquilda.

El demonio se había apoderado del cuerpo de la joven y, ante la desesperación de su padre, ningún médico ni exorcista habían podido hacer nada para curarla. Así que, habiendo llegado al conde la fama del ermitaño, decidió llevar su hija hasta la montaña y dejarla en sus manos.

El poder del diablo es enorme, y este consiguió nublar el buen entendimiento del pobre fray Garí, el cual terminó violando a la chica. Horrorizado por su acción, la mató y luego, para borrar cualquier vestigio de su crimen, enterró el cuerpo.

Como los remordimientos no le dejaban vivir, fue a Roma a pedir el perdón del Papa, y este -horrorizado al principio, pero compadecido después ante las muestras del arrepentimiento del ermitaño-  lo liberó de su culpa no sin imponerle como penitencia regresar a Montserrat a cuatro patas y vivir como un animal hasta recibir una señal del cielo.

Y ya tenemos al pobre fraile viviendo en su cueva  igual que una bestia, con el cuerpo curvado y cubierto de pelo, y alimentándose de raíces. Fueron pasando los años y un día unos nobles caballeros cazaron aquella bestia inhumana, y la llevaron a Barcelona para exhibirla en la Corte.

Casualmente se festejaba el bautizo del hijo del conde Guifré, y sacaron la bestia durante la celebración del banquete. El público la miraba con curiosidad cuando el bebé que llevaba en el regazo la condesa pronunció estas palabras: ¡Garí, ponte derecho, que tus pecados te han sido perdonados!

Sorprendido, el conde ordenó lavarlo bien y cortarle el pelo y, tras reconocer al ermitaño, le pidió por su hija Riquilda. El pobre fray Garí confesó su crimen y lo llevó hasta su cueva para desenterrar el cuerpo y llevarlo a Barcelona.

Ante la sorpresa de todos, la chica apareció sana y salva por obra de la Virgen. Y, en agradecimiento, decidió quedarse en la montaña de Montserrat, donde el conde -feliz de reencontrar a su hija con vida-, hizo construir un monasterio de monjas, del cual la joven Riquilda fue la primera abadesa.




Montserrat, la madrina de mi hijo Oriol, celebraba este año un cumpleaños muy especial, y era necesario que la tarta estuviera a la altura. Aunque ella es una gran amante del chocolate, para esta ocasión yo quería una tarta ligera, refrescante y con un toque primaveral para hacer juego con ese aire juvenil que no la ha abandonado durante sus 60 años de vida.

Si os ha gustado esta Tarta Montserrat de mousse de limón y la queréis hacer,  tenéis que seguir estas indicaciones:

Hacemos una plancha de bizcocho como explicamos cuando hicimos el Brazo de gitano con ganache de fresa.  La horneamos a 180º durante 8 minutos y la dejamos enfriar.




Para hacer la mousse de limón, empezamos poniendo en remojo, en agua fría, las hojas de gelatina. A continuación exprimimos el zumo de los limones y de la naranja, y lo colamos. Tiene que haber 250 ml.

En un cazo batimos los huevos con el azúcar, y añadimos el zumo de limón. Lo ponemos a fuego bajo y no paramos de remover hasta que hierva. Apagamos el fuego y  añadimos las hojas de gelatina escurridas. Dejamos enfriar esta crema, revolviendo de vez en cuando. Finalmente incorporamos la nata montada con cuidado.

Con la plancha de bizcocho cortamos un círculo de 26 cm y forramos la base de un molde redondo desmoldable del mismo tamaño. Y, para poder desmoldar mejor el pastel, ponemos también una lámina de acetato  alrededor del molde.

Pintamos con mermelada de naranja la superficie del bizcocho, y encima vertemos la mousse de limón. Ahora la dejaremos en la nevera un mínimo de 5 horas para que cuaje.

Ponemos las hojas de gelatina en remojo. Mezclamos los dos zumos. Introducimos 4 cucharadas en un cazo junto con el azúcar, y lo calentamos. Escurrimos la gelatina y la añadimos al zumo caliente, mezclando hasta que se funda, y lo dejamos templar unos segundos. A continuación añadimos el resto de zumo. Cuando esté totalmente frío, lo vertemos con cuidado sobre la mousse, formando una capa delgada. Volvemos a poner la tarta en la nevera.

Fundimos el chocolate blanco al baño María y rellenamos un molde de florecillas hasta obtener 60. Fundimos también el chocolate negro, lo ponemos dentro de una manga pastelera y dibujamos 9 verjas.

Cuando el espejo amarillo ya se haya solidificado, desmoldamos la tarta. Retiramos también la cinta de acetato. Repartimos las florecillas por toda la superficie y ponemos las verjas alrededor de la tarta.




Ingredientes (para un molde de 26 cm):

Para la lámina de bizcocho:
3 claras de huevo de agricultura ecológica
1 pizca sal marina
3 yemas de huevo de agricultura ecológica
95 g azúcar
90 g harina
1 cucharadita Royal

Para pintar:
2 cucharadas de mermelada de naranja casera

Para la mousse de llimón:
ralladura de 2 limones ecológicos
el zumo de 2 limones ecológicos
el zumo de 1 naranja ecológica
250 g azúcar
2 huevos de agricultura ecológica
4 hojas de gelatina
300 g nata 35% m.g.

Para el espejo amarillo:
el zumo de 1 llimón ecológico
el zumo de 1 naranja ecológica
2 cucharaditas azúcar glas
2 1/2 hojas de gelatina

Para la decoración:
70 g chocolate blanco Nestlé Postres
50 g chocolate Nestlé Postres



Montserrat tiene un jardín muy bien cuidado. Paseando por la calle es imposible no detenerse un momento para contemplarlo y alegrarnos el día con el estallido de colores que hay al otro lado de la verja.

Con esta Tarta  Montserrat de mousse de limón he querido imitar ese espacio que ella cuida con tanto esmero. Y os recomiendo también la lectura de Mercè Rodoreda, Jardín junto al mar. EDHASA. Madrid, 2004.

¡Feliz cumplaños, Montserrat!