Parecía haber nacido sólo para trabajar, porque siempre iba ajetreada, sobre todo en verano, y es que desde muy pequeña ya había aprendido que si no trabajas cuando puedes, no comes cuando quieres. Y estaba tan acostumbrada a su destino, que no se imaginaba la vida de otra manera. Sin embargo, no podía dejar de sentir una cierta animadversión hacia todos aquellos que se pasaban el día holgazaneando, cuya única distracción era verla faenar arriba y abajo.
Su amiga ni trabajaba ni se preocupaba por nada. Era alegre y sabía disfrutar de la vida. Ya fuera por su simpatía o por su sonrisa franca, nadie era capaz de negarle nada. Siempre con la guitarra entre sus manos, sentada a la sombra y rodeada de seguidores, a todos cautivaba con su voz.
"Vamos, mujer, deja de trabajar, y ven conmigo, que nos iremos de fiesta y nos lo pasaremos de lo grande", le había dicho más de una vez, al verla tan atareada. "Ahora no puedo. Otro día, quizás".
Pero los días fueron pasando y llegó el invierno. Y su amiga, sin víveres, ni cobijo alguno donde guarecerse, no habría podido sobrevivir si ella, la trabajadora incansable, aquella a quien todo el mundo había recriminado no conocer los placeres de la buena vida, no la hubiera acogido en su casa y hubiera compartido con ella su despensa.
Y cuando su amiga, ya un poco recuperada, cogía la guitarra y empezaba a entonar una canción, entonces sí, entonces ella se añadía a la juerga, consciente de que, al llegar el buen tiempo, tendría que volver a trabajar duro. Pero los momentos de desenfreno, ya nadie se los podría quitar.
Yo, como la hormiguita, suelo preparar durante el verano las mermeladas que, con gran placer, me como en el desayuno el resto del año. Sin embargo, alguna vez preparo golosinas para que el resto de la familia, poco amante de estas conservas, disfrute de ellas tanto como yo.
Hoy os preparo unas galletas rellenas de mermelada de ciruela, hecha con ciruelas de la variedad Santa Rosa que he cosechado de mi jardín.
Para hacer la mermelada, lavamos las ciruelas y las pelamos. A continuación las ponemos, enteras y con el hueso, en una olla a fuego suave con una ramita de canela. No añadimos nada de líquido porque enseguida soltarán mucha agua, que se irá evaporando a medida que se vayan cociendo. Justo cuando se hayan evaporado casi 3 / 4 partes del agua y las ciruelas estén cocidas y los huesos floten, apartamos la olla del fuego. Retiramos los huesos y pesamos la fruta. Si vemos que en la base de la olla hay pulpa de ciruela pegada, cambiamos de olla, en caso contrario podemos seguir con la misma.
Vertemos el azúcar (con la mitad del peso de la fruta ya basta, pero si se desea muy dulce se puede añadir más), y subimos el fuego. Ahora sólo hará falta que vigilemos que no se nos queme. Para ello tendremos que remover constantemente con una cuchara de madera hasta que la mermelada esté lista, entre 10 y 15 minutos, vigilando con las salpicaduras, que son bastante traidoras. Si vemos que hay un poco de espuma, la sacamos.
Mientras se hace la mermelada, calentamos los botes de cristal, ya sea en el lavavajillas, ya en una olla con agua caliente. Una vez hecha la mermelada, la vertemos dentro de los botes, los tapamos y los dejamos enfriar boca abajo para que hagan el vacío. Este procedimiento permite mantener la mermelada en buenas condiciones durante bastante tiempo, conservada en lugar fresco y oscuro.
Una vez hecha la mermelada, haremos las galletas. Mezclamos la harina con la levadura y la tamizamos. Cortamos la mantequilla en trozos pequeños y, con las manos, los vamos mezclando con la harina, haciendo migajas. Añadimos el azúcar y el huevo batido y lo vamos trabajando hasta obtener una bola. La guardamos 15 minutos en la nevera para que no esté tan blanda.
Encendemos el horno a 170º. Ponemos papel de horno sobre una bandeja. Estiramos la pasta con el rodillo hasta tener un grosor de 3 mm, y vamos cortando círculos con un molde de galletas. Con otro más pequeño, hacemos un agujero en el centro de la mitad del círculos hechos. Ponemos todos los círculos en la bandeja y los horneamos durante 15 minutos o hasta que hayan cogido un poco de color dorado.
Una vez cocidos, dejamos enfriar los círculos en una rejilla. Después, ponemos una cucharada de mermelada en el centro de los círculos redondos, y encima de los que tienen el agujero esparcimos azúcar glas con un colador. Ponemos éstos encima de los que tienen mermelada, presionamos un poco y ya tenemos las galletas hechas, a punto para ser devoradas.
Ingredientes:
Para hacer la mermelada:
Ciruelas
Azúcar (la mitad del peso de las ciruelas, una vez cocidas)
1 ramita de canela
Para hacer las galletas:
225 g harina
100 g mantequilla
1 cucharadita de levadura
75 g azúcar molido
1 huevo
Azúcar glas para decorar
Si queréis ver la fábula de
La cigarra y la hormiga, de La Fontaine, haced clic
aquí. Como habréis podido comprovar, en mi entrada me he permitido cambiar el final, porque me parecía demasiado drástico.
Con esta receta participo en el HEMC de este mes, que tiene como tema las conservas hechas en casa.