Cheesecake





Vivía con su madre y sus abuelos lejos del pueblo, y casi no conocía a nadie. Ni siquiera sabía quién era su padre porque en casa nunca hablaban de él.

-Eres hija de la primavera -le decía su madre. Llegaste un día por sorpresa, como las flores y los frutos silvestres que aparecen cuando ya se han fundido las nieves de invierno.

Estaba convencida de que, si lo deseaba con todas sus fuerzas, su sueño terminaría haciéndose realidad. Por eso nunca había abandonado la idea de llegar a casa y sentir el abrazo amoroso de su padre.

Y fue justo el día de su décimo aniversario, saliendo de las aguas transparentes del arroyo que corre juguetón entre los sauces, cuando vio junto a su ropa un collar hecho con frutos silvestres. Una nota, escrita con una letra que no le era familiar, decía:

-Para mi princesa, la más bonita de todas las hadas que habitan este bosque.




No sé si alguna vez os habéis sentido como unos príncipes, pero os aseguro que el collar que luce mi Cheesecake lo convierte en el rey de los pasteles de queso. ¡Pocos lo igualan en finura y elegancia!

Si deseáis hacerlo, ahora mismo os explico la receta.

Encendemos el horno y lo ponemos a 85º. Trabajamos el queso con una espátula para deshacerlo un poco. Añadimos el azúcar y la harina. Removemos bien e incorporamos la nata líquida, los dos huevos enteros y la yema.

Vertemos la mezcla en un molde de 22 cm, y lo horneamos durante 30 minutos. Lo dejamos enfriar 15 minutos y lo congelamos durante 8 horas.

Para hacer la cobertura de nata, ponemos en remojo las hojas de gelatina. Abrimos de arriba abajo la vaina de vainilla y rascamos las semillas con la punta de un cuchillo.

Ponemos a fuego suave en un cazo la nata, la vaina y las semillas. Cuando empiece a hervir, lo apartamos del fuego, retiramos la vaina y ponemos las hojas de gelatina escurridas.

Añadimos el azúcar, mezclamos bien y colamos la mezcla. Tapamos la nata con film transparente, procurando que toque toda la superficie, y la dejamos 2 horas en la nevera.

Para hacer la masa sablée, ponemos dentro de la picadora todos los ingredientes, y trituramos bien. Primero se formará una mezcla arenosa, pero si seguimos triturando veremos que se convierte en una bola.

La envolvemos con film transparente y la dejamos 1/2 hora en la nevera. Encendemos el horno y lo ponemos a 150º.

Cogemos la bola de masa y la ponemos encima de una hoja de papel de cocina. La cubrimos con film transparente y la estiramos con un rodillo. Retiramos el film y cortamos un círculo de 26 cm de diámetro. La hornear durante 20 minutos.

Batimos un poco la cobertura de nata y la ponemos en el microondas durante 30 segundos a 800 W. Desmoldamos el cheesecake congelado y lo ponemos sobre una rejilla, con un plato debajo.




Vamos vertiendo poco a poco la cobertura encima del cheesecake, hasta cubrir toda la superficie.

Lo levantamos con cuidado ayudándonos de una espátula, y lo ponemos sobre la base de masa sablée. lo adornamos haciendo una corona de frambuesas y arándanos.




Dejamos enfriar el Cheesecake 1 hora a temperatura ambiente o 4 horas en la nevera.

Si os da pena cortar la tarta, podéis hacer la versión individual utilizando moldes de savarins.




Ingredientes:

Para el cheesecake:
500 g queso mascarpone
150 g azúcar
25 g harina
50 ml nata líquida
2 huevos enteros y 1 yema

Para la cobertura de nata:
2 hojas de gelatina
1 vaina de vainilla
320 ml nata líquida
30 g azúcar

Para la masa sablée:
130 g mantequilla
130 g harina
60 g almendra en polvo
20 g de huevo batido
60 g azúcar

Para la decoración:
frambuesas y arándanos




¿Qué os parece leer un clásico mientras nos deleitamos con este Cheesecake? Hoy os propongo El hombre invisible, de H.G. Wells. Alianza Editorial. Madrid, 2002




Fuente de la receta: Sébastien Serveau, Dulces USA.

Helado de melocotón




Quería ser inmortal y no abandonar nunca este mundo. Se negaba a desaparecer porque no quería perderse ningún acontecimiento futuro, y se aferraba a la vida como un árbol cuando extiende sus raíces por todas partes  para mantenerse bien firme.

Y en su egoísmo no se daba cuenta que arrastraba con él a todos los que estaban a su alrededor. Los que pensaban que ya habían vivido lo suficiente y buscaban un descanso merecido, y los que creían que tenían que ceder tarde o temprano el testigo a sus relevos.

Ninguno, sin embargo, se atrevía a decirle que estaba equivocado y que seguía un imposible. Por eso, cuando exigía su ración diaria de melocotón, todos corrían a satisfacer sus demandas, aunque a menudo no recibían a cambio otra cosa que su desprecio.

Cuando no era demasiado verde, no estaba lo suficientemente maduro. Unas veces no tenía el punto de dulzor deseado, y otros, estaba demasiado frío. A sus noventa años no recordaba un solo día sin melocotón, y estaba seguro de que tarde o temprano conseguiría la inmortalidad.




La cultura china otorga a los melocotones el poder de conceder la inmortalidad, por lo que el árbol de esta fruta es considerado el árbol de la larga vida. Yo no puedo asegurar si este Helado de melocotón un alargará la vida, pero estoy convencida de que os dará unos momentos de placer difícilmente inolvidables.

Si alguien ya se ha animado a hacerlo, a continuación os doy las instrucciones a seguir.

Calentamos la nata en un cazo al fuego, vigilando que no hierva. A parte, batimos las yemas y el huevo entero con el azúcar. Añadimos la nata caliente, agitamos bien hasta obtener una mezcla homogénea, y lo ponemos al fuego al baño María, para hacer una crema inglesa.

No paramos de agitar suavemente durante 10 minutos, vigilando que la temperatura no pase de 80º. Apartamos el cazo del fuego. Trituramos los melocotones con el Minipimer y los mezclamos con la crema inglesa. La dejamos enfriar, agitando de vez en cuando, y la mantenemos toda la noche en la nevera.

Al día siguiente montamos la nata y la incorporamos con cuidado a la crema de melocotón. A continuación la vertemos en la heladora y, cuando ya esté hecho el helado, llenamos los moldes y los ponemos en el congelador.

Si no disponemos de heladera, ponemos la mezcla en el congelador.  Al cabo de una hora y media, la sacamos y la batimos, y la volvemos a poner en el congelador. Una hora y media más tarde, repetimos la operación, rellenamos los moldes y los ponemos en el congelador.

Media hora antes de comérnoslo, lo pasamos a la nevera para que se ablande un poco. Antes de  servirlo,  ponemos láminas delgadas de melocotón alrededor del helado, y lo adornamos con una bola de melocotón, una hoja de chocolate y un pétalo de rosa.





Ingredients:
Para la crema de melocotón:
250 ml nata 35% m.g.
2 yemas
1 huevo entero
50 g azúcar glas
300 g melocotón en almíbar, escurrido
250 ml nata 35% m.g.

Para el adorno:
melocotón en almíbar
hojas de chocolate
pétalos de rosa




Con esta receta participo en la propuesta que nos hacen este mes Els fogons de la BordetaXocolata desfeta para la Recepta del 15.





Y mientras saboreamos este Helado de melocotón, pasemos un buen rato leyendo Inmortales y perfectos, de Salvador Macip. Editorial Destino (Colección Imago Mundi). Barcelona, 2008.



Sushi




Ryosuke se puso enfermo y, a pesar de no tener ningún vínculo familiar con él, le hice de madre. Lo llevé al médico, le controlaba la temperatura y le daba las medicinas cuando era menester, sin importarme en absoluto tener que levantarme de la cama a horas intempestivas.

Nos entendíamos lo suficiente en nuestro mal inglés, y sé que el chico sufría. Incluso estando acostumbrado a correr mundo, si hubiera podido, estoy convencida que habría ido corriendo a su casa y se habría refugiado en su familia, pero más de diez mil kilómetros lo separaban de su destino.

Sólo tenía una gripe, pero él imaginaba lo peor. Nubes oscuras como buitres sobrevolaban su cabeza y no dejaban pasar ninguna brizna de esperanza. Las noches eran largas...

-¡Yo nunca había estado tan enfermo! -me decía mientras yacía en la cama. Y ahora pienso que si le hubiera ofrecido algo que le recordara a su casa, le habría ahorrado horas de sufrimiento. Pero entonces no lo supe ver.




Si ahora fuera, le prepararía este Sushi y seguro que su estado de ánimo canviaría al instante.

Si a vosotros también os gusta y os animéis a hacerlo, seguid mis indicaciones. Empezamos preparando el arroz. Para eliminar el almidón, lo pasamos tres o cuatro veces por agua hasta que ésta salga clara, y luego lo dejamos escurrir.

Llevamos al fuego un cazo con el arroz y el agua y, cuando arranque el hervor, lo tapamos y lo dejamos cocer a fuego suave durante 15 minutos. Retiramos el cazo del fuego y lo dejamos reposar 15 minutos más sin destapar.

Vertemos el arroz en una fuente ayudándonos de un tenedor y lo dejamos enfriar. Mezclamos el vinagre, el azúcar y la sal, y regamos el arroz, removiendo con un tenedor.

Cogemos una zanahoria, la pelamos y la cortamos de arriba abajo en 4 trozos. Cocemos una de estas tiras al vapor durante 5 minutos. Pelamos el pepino, y cortamos una tira de arriba abajo, sin semillas, de un tamaño similar al de la zanahoria.

Para hacer los rollitos utilizaremos una esterilla de bambú, pero si no tenemos también nos irán bien dos capas de papel de aluminio.

Ponemos una lámina de film transparente encima de la esterilla por razones higiénicas, y encima colocamos una hoja de alga nori. Extendemos el arroz por toda la superficie dejando 1 cm de margen en el lado más alejado.




Ponemos la tira de zanahoria y pepino encima del arroz y, ayudándonos de la esterilla, vamos enrollando el sushi formando un rollo compacto, vigilando que la esterilla y el film no queden dentro del arroz.

Retiramos la esterilla, cubrimos con más film el sushi y lo ponemos 10 minutos en la nevera.




Poco antes de servir el Sushi, sacamos el film y lo cortamos en trozos de 2 cm de grueso, procurando limpiar el cuchillo cada vez y mojarlo en agua antes de cada corte.

Ingredientes (para 6-8 cortes de sushi):

100 g arroz de grano corto especial para sushi
150 ml agua
1 hoja de alga nori
1 cucharada de vinagre de arroz
1/2 cucharadita de azúcar glas
1 pizca de sal
zanahoria
pepino




Y para acompanyar este Sushi nada como la lectura de la obra maestra de la literatura japonesa La novela de Genji, de Murasaki Shikibu. Ediaciones Destino. Barcelona, 2007.