Iba descalzo a la escuela caminando por la playa que separaba Bayas de Pozzuoli cuando tú lo viste. ¡Quién sabe si te llamó la atención por su aspecto de buen niño, soñador y solitario! Decidiste entonces hacer unas piruetas y reír ruidosamente, y él, sorprendido por aquel espectáculo, alargó su mano amiga ofreciéndote un trozo de pan que tú comiste dócilmente.
Con una mirada tuvisteis suficiente para saber que ya nada os podría separar. Y porque nunca había visto a nadie con una nariz tan chata como la tuya, te llamó Simón. A ti te hizo gracia, y moviste la cabeza arriba y abajo en señal de aprobación. Agradecido, le mostraste tu dorso para que se montara, y lo llevaste a la escuela deslizándote sobre las aguas.
Cada mañana te esperaba en el mismo lugar y, llamándote por tu nombre, tú acudías volando desde las profundidades, y hacíais juntos el viaje hasta Pozzuoli. Pronto corrió la noticia y, lo que en un principio era contemplado como algo admirable, pronto se convirtió en un hecho usual.
Un día el niño dejó de venir a la playa. Y tú, ignorando que había muerto repentinamente afectado por una grave enfermedad, acudías en vano todas las mañanas con la esperanza de volverlo a ver.
Poco a poco el desconsuelo fue debilitando tu corazón, y una mañana llegaste a la playa dispuesto a exhalar el último suspiro. Los que encontraron tu cuerpo sin vida, decidieron enterrarte junto al pobre niño para pudierais seguir navegando juntos en el cielo.
Hoy os traigo unos Melindros, quizás las pastas más blandas y delicadas que existen, e imprescindibles para mojar en una buena taza de chocolate. Tengo la costumbre de juntarlos de dos en dos, y no puedo evitar ver el rostro de un delfín cuando los tengo delante.
Y mientras me los como, me coge un ataque de nostalgia y pienso en la historia del Niño y el delfín de Plinio (Nat. IX, 25), que traduje cuando tenía trece años. ¡Y es que hay cosas que no se olvidan nunca!
Si también deseáis hacer estos Melindros para el desayuno de mañana, a continuación os explico la receta.
Encendemos el horno y lo ponemos a 180º. Cubrimos con papel de horno una bandeja.
Montamos las claras con una pizca de sal hasta tenerlas a punto de nieve. A parte, trabajamos con una cuchara de madera las yemas con el azúcar hasta que blanqueen. Añadimos poco a poco la harina y la levadura pasadas por un tamiz. Finalmente incorporamos las claras muy suavemente.
Ponemos la pasta dentro de una manga pastelera con una boquilla lisa de un centímetro de ancho, y encima del papel de horno hacemos tiras de unos 10 cm de largo y 2,5 cm de ancho, separadas entre sí. Las espolvoreamos con azúcar lustre y horneamos de 8 a 10 minutos, hasta que empiecen a coger color.
Rápidamente sacamos los bizcochos del horno y con una espátula los despegamos del papel y los juntamos de dos en dos por la base.
Ingredientes (para 11 melindros dobles):
3 huevos de agricultura ecológica
una pizca de sal marina
75 g azúcar
80 g harina
1 cucharadita de café de levadura
azúcar lustre para espolvorear
A veces existe entre los humanos y sus mascotas un vínculo afectivo mucho más fuerte del que podrían sentir por otras personas. Aunque en casa tenemos un gato y un conejo, yo prefiero la compañía de un buen libro. Como por ejemplo el que os recomiendo hoy: Gerald Durrell, Mi familia y otros animales. Editorial Empúries (Colección Narrativa, 1) Barcelona, 1988.